Del oro blanco vegetal que esconde tu armario, y sus facetas sostenibles (y no tanto)
/ SOSTENIBILIDAD
18 JUL 2022
Si hablamos de sostenibilidad en lo que a un armario se refiere, dudo si a muchas les generaría dudas la archiconocida etiqueta de “100% algodón”. Natural, transpirable, resistente…la imagen evocadora de prendas y sábanas blancas secándose al viento en un entorno rural, esconde un viaje que nos lleva por rincones más y menos luminosos.
La cara negra del “oro blanco” es la que muestra que, para alimentar al gigante de la moda, el cultivo de algodón convencional requiere más del 10% de los pesticidas del mundo y cerca del 25% de los insecticidas mundiales. Además el 99,3% del algodón se cultiva con semillas modificadas genéticamente, lo que empobrece críticamente el suelo. Suelo perteneciente en un 99% a países en vías de desarrollo en las que las normas laborales y sanitarias son ya conocidas por todas.
El escalofriante dato de que se requieren 2700 litros de agua para fabricar una sola camiseta de algodón, inició hace años el camino alternativo: el algodón reciclado y el orgánico o ecológico.
El algodón reciclado tritura el algodón usado, por lo que la calidad baja y lo mezcla con otras fibras. El algodón orgánico, cultivado sin pesticidas ni medios nocivos ni transgénicos para el ser humano y el medio ambiente, parecía ser la verdadera buena elección. Órganos certificadores como GOTS (Global Organic Textile Standard) se encargan de que estos estándares se cumplan.
Sin embargo, sorprende conocer que tan sólo el 0,7% de los cultivos de algodón son de tipo orgánico, mientras que los objetivos de las mismas pasan por los siguientes datos:
Denominado tradicionalmente ”oro blanco”, el algodón se obtiene concretamente de un arbusto del género Gossypium, que comparte familia con las malvas o el hibisco, y que requiere climas templados y abundante agua.
Las fibras de algodón son literalmente “pelillos” de la epidermis de la planta o tricomas, alrededor de las semillas, que varían su longitud según la especie. Por ejemplo, Gossypium hirsutum, la especie cultivada en el 90% de los campos, tiene una longitud media de 24 a 34 mm, y se dedica a tejidos para la ropa interior o camisetas.
Como otras fibras de origen vegetal, su cultivo se remonta a Asia hace unos 7000 años (V milenio a. C.–IV milenio a. C.) por los habitantes de la civilización del valle del Indo. Allí se desarrollaron inmensamente métodos de hilado y tejido prolongados hasta la etapa de industrialización moderna de la India.
Curiosa es la llegada de esta nueva fibra al norte de Europa a finales de la Edad Media. Al no conocerse su origen, salvo que procedía de una planta, y por su semejanza a la lana, se extendió la creencia de que el algodón crecía de un árbol de ovejas.
“Allá en la India crece un árbol maravilloso que cría pequeños corderos en el extremo de sus ramas. Estas ramas eran tan flexibles que se inclinaban para permitir comer a los corderos cuando tenían hambre.”
Juan de Mandeville (1357-1371)
Como muestra de ello tenemos el nombre de algodón en alemán, Baumwolle, que literalmente significa “lana de árbol” (Baum = árbol y Wolle = lana).
Desde la etapa de la colonización, y más tarde, la revolución industrial, la producción de algodón ha alternado entre las fuerzas de monopolio de la India (como parte de la Compañía Británica de las Indias Orientales inicialmente) y el sur de Estados Unidos.
En todo este viaje histórico, hasta 1950 aproximadamente, el algodón podía definirse como 100% natural (ya que procede de la naturaleza) y 100% orgánico, por no haber sido modificadas artificialmente las semillas o las condiciones del suelo y el entorno donde crecía.
Diríamos que era un producto de generación y uso sostenible hasta que el ser humano forzó sus ritmos y productividad.
Como segunda fibra textil a nivel mundial (23%), el algodón tras el poliéster (52% del total), no se salva de la batalla por el greenwashing que están librando los gigantes de la moda. Claramente algo no cuadra, y hurgando un poquito más, nos encontramos con el batacazo que sufrió GOTS en 2020, cuando tuvo que reconocer que más de 20.000 toneladas de algodón orgánico de India habían sido falsificadas.
Ante este laberinto de datos, la sensación de confusión adquirida como consumidoras, se presenta como un daño colateral… ¿o buscado conscientemente?
Cada vez más empresas, gobiernos, organismos certificadores…eluden su responsabilidad sobre la buena producción y consumo, por lo que finalmente somos nosotras como individuos, aquellas sobre las que recae actualmente la elección sostenible.
La Naturaleza en sí misma sostiene, mantiene, regenera y equilibra siempre que el ser humano no lo lleva al extremo insaciable y desmedido, por lo que reducir el consumo y la fabricación es, en sí mismo,la primera medida.
Algodón convencional u orgánico. ¿No queda un tercer camino? Como comentaba Cristina Vila en el magazine de este mes, quizás la prenda más sostenible es la que ya existe en tu armario.
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