21 ABR 2023
De las verdes gramíneas al rara avis del azul en las flores
Por lo general, las flores son blancas, rojas, rosas… sin embargo, no encontraremos nunca flores negras de origen natural (suele ser el color provocado por el necrosamiento y no por la vida). ¿Y azules? En junio y julio se puede disfrutar de la floración azul del plumbago, de la achicoria, el agapantos o las campanillas. Sin embargo, botánicos como David Lee, aclaran que menos del 10% de las más de 280.000 especies de flores que existen producen de manera natural el color azul.
Cuando hablamos además del término “natural”, debemos hacerlo cuidadosamente, porque muchas tonalidades que se pueden adquirir hoy en día son híbridos a los que se ha añadido en laboratorio ese color, como es el caso de las orquídeas. ¿Cómo lo han conseguido? El Centro de Investigación en Agricultura y Alimentación de Japón usó genes de la flor del guisante y de la campanilla para conseguir el color azul y lo insertó en el del crisantemo. Es lo que se denomina ‘copigmentación’ y que podría llevar a que cualquier flor pueda ser del color que deseemos.
Lejos del laboratorio, es ahí fuera al aire libre, donde verdaderamente podremos experimentar la variedad de trucos que la Naturaleza imagina para seguir adelante, y para cubrir de un bello (y natural de verdad) collage para nuestros sentidos.
¡Os invito a descubrirlo!
Si nos subiéramos en una máquina del tiempo para remontarnos a hace 600 millones de años, nos encontraríamos un mundo verde, sin ningún color.
Las plantas no necesitaron de flores en un principio: se servían de otras estrategias para esparcir sus semillas, como por ejemplo hacen las gramíneas. Estas especies, cuyas alergias traen de cabeza a muchas, sencillamente comienzan a generar semillas a nivel masivo y las liberan. Es el hecho de la cantidad, más que de la especialización, lo que garantiza el éxito de su reproducción.
Sin embargo, el cambio morfológico hacia la flor que hoy conocemos como órgano sexual, surgió con la proliferación de los insectos. Y la evolución hizo que las unas dependieran de los otros: en la que quizá sea la simbiosis más exitosa de la historia, las flores regalan el alimento al polinizador y, a cambio, se aseguran de que el insecto lleve sus células sexuales masculinas (polen) a otra flor vecina y se pueda así concebir una semilla.
Por increíble que parezca en la flor, lo que muchas vemos como un bello elemento natural, es en realidad una perfecta estrategia de la planta para ser polinizada, y por tanto pervivir en el tiempo. Parte de ese medido modus operandi, se basa en el color de los pétalos. La gama cromática desarrollada por la planta está vinculada a aquella que es capaz de percibir el potencial insecto polinizador. Se ha descubierto incluso que los insectos liban y toman el néctar diariamente siempre de la misma especie de flor: aquella flor que sea su primer néctar del día…ésa será la que continúen polinizando. La guía para que esto pueda realizarse efectivamente es el color de los pétalos.
Quizás pensemos que esa gama en las flores es amplia, pero lo cierto es que el abanico de color es limitado y solo con hibridaciones y trucos ha conseguido el ser humano ampliar el espectro.
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